Arasanz Garcia

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Memorias de Blanquita.

De Ísla Cristina a Cáceres.

Escrito por Javier (Navegante), fechado el 12 de mayo de 2016.

Parque cerrado Isla Cristina.Es temprano, y algunas motos van pasando cerca, sigo en un duermevela esperando que baje Javier, no debe quedar ya mucho. De pronto sin casi darme cuenta, Javier se acerca y abre una de las maletas laterales y el baúl. Desliza en cada una una bolsa y las cierra, siento una emoción que hace que se estremezcan los muelles de la suspensión... es como saltar de alegría.

Se pone el casco, los guantes y otra vez el chequeo, todo en su sitio, noto como se acopla Javier al deposito y susurra:

- Vamos, nos queda un largo camino hasta Cáceres.

Arrancamos y entramos en el mismo recinto que ayer, hay muchas primas y hermanas y muchas personas deambulando por la plaza, Javier me aparca en un hueco con las indicaciones de otra persona, que luego supe que era de la "organización", baja y se va a firmar un "pasaporte". Que manías tan raras, si lo que quiero es empezar a surcar las carreteras y no parar de mecerme entre las curvas, pero aquí estamos. Pasamos por debajo de un arco, y Javier me explica:

- La salida, por delante unos cuantos kilómetros de asfalto, la parte de tierra no se hace, está intransitable... y con zapatos de vestir no podemos ir al campo. La próxima vez unas buenas botas de suela vibran y podemos con todo.

Recogida agua de la playa.Empezamos despacio, siguiendo las calles casi desiertas y llenas de rugido de otras motos, una rotonda, un semáforo y paramos cerca de la playa, se oye el batir de las olas entre los latidos de los cilindros de las motos que estamos esperando a partir. Javier se acerca con una botella en la mano, no creo que sea para beber, es muy pronto, pero quien sabe, quizás la emoción la haga tener la boca seca, como mis cilindros cuando estoy nerviosa.

Arrancamos y parece definitivo, empezamos a pasar por calles y cruces, badenes y pasos de cebra, Javier se para en alguno de ellos y pasan Madres y Niños, es hora de la escuela, pero para nosotros es hora de viajar y devorar las carreteras.

Salimos de la población y carretera abierta, empiezan los desvíos vamos en pequeños grupos de amigos ignorados, sinuosos hacia lo desconocido. Cruzamos la autovía, y me alegro de seguir por una carretera pequeña, la naturaleza esta mas cerca y podemos ir viendo la vegetación. Empiezan a oler los hinojos, ya crecidos y seguimos cercados de siembra y tierra de labor, un par de pueblos y cruzamos un gran rio.

Puente sobre el Guadalquivir.

De pronto las señales son raras, parecidas a las de siempre, pero hay algo diferente. Espero que Javier se haya dado cuenta. Entramos en zonas de monte aislado, con vistas a un Gran Rio, que lo árabes llamaron Guadalquivir, y si que es grande, tal y como lo bautizaron. El monte se aprieta y aparecen curvas, abiertas, onduladas y Javier se deja mecer por estas ondulaciones.

Entrada a Portugal.Seguimos en tierras onduladas, con carreteras estrechas. En todas pone un numero 90 en las señales que vamos dejando atrás, algunas son carreteras sin arcén, con algunos baches, pero se viaja tranquilo, poco trafico y solo algunas motos nos adelantan. No me molesta, me gusta disfrutar del paseo, quisiera que no se acabara nunca. Siento como Javier se ha relajado, solo noto su tensión en los cruces, pero después va mirando a lo lejos y siguiendo el camino. Aparece una garduña en mitad de la carretera, esta inerte, inmóvil, un atropello de los que no salen en las noticias, pasamos cerca y Javier me dice lo que es en un susurro, por eso me entero de las cosas que vemos, Javier no para de comentarme y hablarme, como si quisiera que aprendiese todas las cosas, animales y plantas que conoce. Esto me hace sentir diferente, me siento realmente importante.

A la caída de una subida, en un rasante divisamos una gran masa de agua, en medio una casa encima de un montículo, parece como construida por castores, se alza solitaria entre la gran masa de agua. Arroyos y gargantas con brazos de agua alimentan el gran embalse, pasamos el arroyo del sapo y Javier mira con atención, dejando que la inercia del motor siga el camino, terminada la mirada enrosca el mando y acelero, suavemente como si tuviéramos que acariciar el aire que rompemos, pidiéndole perdón.

Guadiana.Entre nubes y soles vamos avanzando, cruzamos otro rio, no es el mismo y las señales cambian de raras a normales y otra vez a raras. Este rio es también grande, le llaman Guadiana, que significa en árabe valle de los patos y si que es verdad que hemos visto un par de ellos en el camino. También hemos visto una perdiz, pero no pude fijarme mucho, había baches en la carretera y tuve que ir pendiente, pero Javier se quedo mirándola.

A lo lejos se empiezan a ver nubes, cada vez mas oscuras y parece que vamos en dirección a ellas. No me importa, ayer ya tuvimos nuestra ración y puede que hoy nos salvemos. Paramos para descansar y llenar mi deposito, muchos kilómetros, pero con poca sed, vamos despacio y eso me ayuda a no necesitar tanto liquido para seguir en marcha. Aun así, creo que Javier no se fía y prefiere ir siempre con el deposito medio lleno. Esto me alegra, por que significa que falta todavía mucho para llegar.

Entramos en tierras de dehesas, onduladas y salpicadas de arboles, Javier se acerca y me dice:

- Mira Barquita, allí hay unos ibéricos negros de los que me gustaría probar sus jamones, están comiendo bellotas de las encinas y de los alcornoques, algunos están descorchados y parecen arboles de canela con ese color de su tronco desnudo.

Me siento relajada, entre las dehesas y el monte, plantaciones de frutales que Javier conoce, pero yo la verdad no me fijo mucho en ellos, siempre voy pendiente del asfalto, baches, badenes, trampas del crudo invierno que levantan la costra transitable y se desmenuzan los trozos de alquitranado convirtiéndose en graba negra y suelta. Es una delicia pasear por estos lugares, curvas y rectas, que parecen confundirse en el horizonte.

Lluvias en el camino.Paramos cerca de una gasolinera, hemos repostado y hacemos un breve descanso. Javier se acerca a unas mesas y vuelve con papeles y el carnet visado. Ya voy acostumbrándome a estas rutinas que parece nos seguirán en el viaje. Después del descanso, corto, pero intenso, en marcha hacia las ultimas curvas y rectas del camino.

Atravesamos un monte disperso, y a lo lejos se divisa una gran nube negra, con la cortina de agua que denota la lluvia que esta descargando. Vamos directos hacia ella, a su través se perciben casas y edificios, difusos, como borrados de un lienzo por el agua que los inunda. Poco a poco llegamos a la cortina de agua y las gotas empiezan a mojarnos. Javier se ha puesto el traje de agua y vamos casi arrastrados por el viento que ahora esta cogiendo fuerza, parece que el agua lo alimenta y crece como empujado por las miles de gotas que nos golpean con fuerza, casi para hacernos daño. Me alegro de llevar zapatos casi nuevos, voy dejando un rastro detrás de mi zapato trasero que las gotas tratan de inundar nada mas avanzamos, como si fuera una estela de un cometa, se ve brillar a mi espalda, y avanzamos mas profundamente al corazón de la tormenta. Después de unos minutos y sin previo aviso, se empieza a despejar el cielo y vuelven los azules tonos celestes a coronarnos. Avanzamos y tras unas rotondas llegamos a un arco similar al de la mañana. Muchas hermanas están ya aquí, parece el final del viaje, pero no estamos en casa, así que aun queda al menos la vuelta, mañana sera otro día.

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